Max Planck

Allí estaban, posados sobre las camillas de la morgue, sin vida y cubiertos por una fina manta blanca. La morgue era un pequeño habitáculo con camillas blancas dispuestas una junto a otra con un escaso espacio entre cada una. Los cuerpos de las víctimas se situaban en las primeras camillas de la derecha.

      —Va a ser difícil—Dije para mis adentros. Y no me faltaba razón.

      Según la autopsia que me proporcionó el equipo de Forenses. La primera víctima: Benito Pregonas Piernavieja, 62 años, muerte por necrosis pancreática producida por intoxicación de tetracloruro de carbono, un compuesto utilizado en la producción de agentes de limpieza; datos de fallecimiento: 14 de febrero a las 21:20h en Belcastel, Francia. La segunda víctima: Augusto Zuzunaga Bonachera, 35 años, muerte por desgarre del nervio cervical producida por una traumatología en la zona occipital del cráneo; datos de fallecimiento: 14 de febrero a las 21:45h en Belcastel, Francia.

      Unas muertes tan singulares merecían ser investigadas. Y así fue, la Comisaría General de Policía Judicial mandó a un detective, Max Planck, un servidor. Si tuviera que definirme a mí mismo diría que soy un poco excéntrico, paranoico y muy minucioso en mi trabajo. Mi lema es “Cualquier cosa, hasta la más mínima mota de polvo, puede ser una pista”, y estaba claro que la autopsia era una pista sobre la presencia de un asesino.

      Benito no era demasiado atractivo (y no solo por la edad): tenía una cabeza desierta y lisa, como si de un campo de fútbol sala se tratase, unas grandes orejas que por la edad se habían venido abajo y una forma facial que hacía que, dependiendo del ángulo, pareciera que le habían compactado la cara en un único punto de la misma cara. Por lo que sabía de él, era más extraño que el gato de Schrödinger por más de un motivo: era masoquista, le gustaba crear situaciones embarazosas para su persona; era manipulador, en más de una ocasión mandaba a su sirvienta a hacer trabajos que digamos “no se postulan en La Constitución” y le gustaba fardar de todo lo que tenía, ya que una vez fue presentador de un programa que atentaba contra la moral pública y la intimidad de ciertos sujetos que repercutían en la sociedad.

      Por otro lado, Augusto era más atractivo, pero sus gestos por un continuo dolor de cabeza echaba a perder su encanto. Medía un metro noventa, tenía una forma facial muy cuadriculada y definida y le gustaba tener barba de una semana, pero bien arreglada. Digo un dolor de cabeza porque era un prepotente que se creía el macho Alpha por haber tenido varias relaciones exitosas en el mismo programa que Benito. Un crío atrapado en el cuerpo de un treintañero. Pero ahora tengo otras prioridades.

      Empezando por el principio, me tendría que dirigir a la localidad de Belcastel, una localidad bastante concurrida en cualquier época del año, sin embargo, por culpa de lo sucedido con el asesinato habían dado un toque de queda en parte de la localidad. Allí me dirigí a una parcela moderna que tenía Benito en la ladera de una montaña, alejada de todo, por lo que no había testigos. Era un paisaje hermoso, las flores del suelo se movían al son del viento mientras que los pinos dejaban caer sus hojas puntiagudas y el sol golpeaba plenamente sobre el paisaje. Todo acompañado de un ligero olor a tierra mojada, lo que significaba que había llovido hace poco.

      La escena del crimen se dio lugar en el patio exterior de la parcela, un día que quedaron para hablar sobre futuros planes en su programa de televisión. El exterior estaba acompañado por una gran piscina que, por esa época del año, estaba vacía. Allí se podía observar una pequeña cerca de madera pintada de blanco que tenía manchas de color negro, supongo que por el contacto con la parrilla/barbacoa que había al lado, si no fuese porque no había ni rastro de carbón. En el patio también se podía observar un pequeño cobertizo de color rojo donde guardaban las sustancias para purificar el agua de la piscina, pero extrañamente se encontraban vacías.

      Entré al gran salón que había justo antes de salir al patio para poder seguir investigando, todo estaba ordenado, demasiado. Sin embargo, esto era señal de sea quien fuere el asesino, era muy cauteloso. Seguí avanzando hacia la cocina, donde advertí que en la pila donde se fregaban los platos había una gran mancha blanca sobre el metal que la recubría, por lo demás, todo estaba en calma. Seguí investigando y acabé por entrar al dormitorio de Benito, allí había un gran camastro y fotos de su esposa e hija, también había una especie de escultura de madera con formas muy exóticas que había sido reparada con cola, por lo demás todo estaba bien.

      Por desgracia, no encontré nada más, ni en los armarios, ni en el baño, ni en la sala de calderas, ni en el sistema de depuración de la piscina ni en ningún otro sitio. Sin embargo, me acordé de que no había mirado en el cobertizo que se situaba junto a la piscina, así que entré.

      Allí no había nada especial, solo grandes bidones de cloro vacíos. Fue entonces, en ese preciso momento en el que me entró John Dalton y me dio un bofetón de química.       Ahora todas las piezas encajaban. El tetracloruro de carbono se podía extraer de agentes de limpieza, pero en ellos no existía una concentración suficiente como para matar a una persona, por lo que la única manera de conseguir el veneno con una gran concentración es sintetizándola. Alguien tuvo que usar el cloro de los bidones para mezclarlo con el carbono que se podría extraer de mezclar el carbón de la parrilla con ácido nítrico, separando el carbono del azufre y oxígeno atrapado en el carbón. Eso explicaría la mancha generada por la reacción ácido-base en la pila de la cocina.

      Por lo que restaría ingerir el veneno para matar a Benito. Por otro lado, la única manera de matar a alguien rompiéndole el nervio cervical es aplicando una gran fuerza en una dirección, o una fuerza menor en direcciones muy dispares. Esto explicaría el estado de la escultura de madera del dormitorio: Augusto fue golpeado con la escultura en la zona occipital con la estatua de forma exótica, lo que habría generado varias fuerzas en sentidos muy dispares, rompiendo el nervio cervical.

      Todo esto significa que el asesino tuvo que ser alguien cercano a Benito y Augusto que tuviera acceso a toda su parcela y pasara desapercibido. Por lo que las opciones se reducían a dos: Augusto o Benito. Me dije hacia mis adentros que esto era una locura, cuando mi gran minuciosidad actuó de nuevo. Quedaba una tercera opción, y era la sirvienta de Benito. No era descabellado pensar que fue ella, ya que Benito le manda hacer cosas inhumanas a la pobre mujer, pero ese hecho no justificaba un asesinato.

      La Comisaría General de Policía Judicial intentó contactar con ella recurriendo a todos los métodos posible, sin embargo, nadie sabía de ella, no parecía tener familia o amigos y al parecer la mayoría de su tiempo la pasaba en la parcela, cuidándola mientras estaba sola, y las veces que salía lo hacía para comprar ciertas cosas intercambiando pocas palabras y volviendo fugazmente a la parcela.

      La verdadera pregunta de todo esto es: ¿Por qué alguien capaz de crear veneno con cosas triviales trabajaba de sirvienta de una persona tan cruel como Benito? Eso nunca se sabrá jamás.

Ricardo Domínguez Dochtert.

IES Alonso Quijano- Quintanar de la Orden, Toledo

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